jueves, 17 de noviembre de 2011

Sin libertad no hay deber

Por Jorge Goméz A.
No es el voto voluntario el que podría vaciar la noción de ciudadano; son aquellos que controlan el campo político electoral los que han vaciado la noción de ciudadano

La discusión sobre la voluntariedad o la obligatoriedad del voto ha vuelto al tapete ahora que se discute si la inscripción en los registros debe o no, ser automática. Y el recurso del deber ha vuelto en gloria y majestad, como el argumento infalible e insuperable por parte de quienes apoyan obligar a otros para acudir a las urnas.  

Así se plantea en un artículo publicado en La Tercera, titulado Elogio del deber. Y nuevamente, como ha ocurrido en otros artículos, en ningún punto el autor se pregunta o invita a preguntarse, el porqué un alto porcentaje no se inscribe en los registros electorales, y por tanto no quiere votar por nadie. Para qué hacerlo, si es más fácil obligar. Pero además, el artículo se adorna con otra idea (dudosa): que esos cuatro millones de no inscritos juzgan la política como consumidores, no como ciudadanos. Es decir, que consideran el voto un acto igual a ir al mall a pasear.

Eso es un juicio a priori sin fundamento alguno. Es más, quizás esos cuatro millones de no inscritos juzgan la política de una manera mucho más ciudadana que muchos otros votantes, y por lo mismo rechazan votar para sustentar un sistema electoral que, a todas luces, parece ir en sentido contrario a los criterios básicos de ciudadanía. Pero claro, es más fácil decir al voleo que aquellos que no votan hoy son meros consumistas inconscientes, que preguntarse por qué no votan.

Otra idea que se plantea en el artículo es que el voluntario, junto con la inscripción automática, deja a la noción misma de ciudadanía en una peligrosa ambigüedad.
Pero esa peligrosa ambigüedad en cuanto a lo ciudadano la ha creado y sustentado el sistema político imperante. 

Es el sistema político y las castas que se han anquilosado a éste, lo que ha determinado cuándo las personas son y no son ciudadanas. Y lo son cuando quieren su voto para seguir en el poder o acceder a éste. Y no lo son cuando esos representados exigen responsabilidad al poder.

No es el voto voluntario el que podría vaciar la noción de ciudadano; son aquellos que controlan el campo político electoral los que han vaciado la noción de ciudadano, hasta llegar a la idea de que el ciudadano no le debe nada a nadie.

Quien representa mejor a ese ciudadano, desligado de toda responsabilidad y deber, no es otro que el político. Aquel que una vez electo se desliga de todo nexo con sus representados. Porque no hay que olvidar que el representante también es un ciudadano, siempre. 

Quienes han roto toda noción de compromiso con la democracia, la república, no han sido los no inscritos; tampoco lo hace el voto voluntario. Quienes han roto esa noción han sido las castas políticas. Son éstos quienes han dejado debilitadas las nociones que sustentan la idea de comunidad política.

El voto obligatorio es contrario a la libertad en todo sentido, y además, es contrario a la noción misma de ciudadano -entendido como un agente participativo en los asuntos de la polis- pues duda de tal carácter en los propios ciudadanos. Un nosotros no sea crea a punta de pistola, ni bajo coacción directa o indirecta. Porque no hay deber con una pistola en la sien.

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